No sé si ustedes son creyentes, pero en semanas de cónclave, del famoso “Habemus Papam” y de que el FC Barcelona esté a un paso de certificar un doblete de Liga y Copa antológico, es como para ir poniendo en duda el ateísmo. Este éxito deportivo certifica que los milagros existen, al menos los futbolísticos, ya que a principio de temporada nadie daba un duro por un Barça que generaba inmensidad de dudas. Pero para que esto suceda el principal ingrediente es la fe, la que la plantilla culé tiene en su técnico, un Hansi Flick que suma, en apenas unos meses, una serie de logros que la mismísima iglesia católica podría catalogar como actos divinos dada su dificultad.
Hemos perdido la cuenta del número de futbolistas azulgranas que el técnico alemán ha recuperado para la causa. No hace demasiado tiempo, para la gran mayoría de aficionados barcelonistas, Raphinha debía abandonar el club para, con lo que se sacara por él, ir en busca de un extremo verdaderamente desequilibrante. Íñigo Martínez estaba destinado a ser un central secundario, de esos que juegan los minutos de la basura y los duelo de segunda fila para dar descanso a los titulares. Jules Koundé era solo un parche para el lateral derecho, un central reconvertido que, pegado a la línea de cal, ni defendía ni atacaba como de un carrilero culé se espera. Frenkie era venta segura, lesionado cada dos por tres y muy alejado de su mejor versión. Eric García no daba el nivel ni para ser suplente. Y Ferrán Torres sufría las burlas de propios y extraño cuando se autoapodaba “tiburón”, estando a años luz de ser el delantero que el Barça necesitaba. Sí, amigos, todos ellos tienen ahora un peso específico brutal en el equipo, y es gracias a Hansi Flick.

Los Clásicos de esta temporada, los cuatro, ante un Real Madrid campeón de Liga y Champions y reforzado además con Kylian Mbappé, han caído del lado azulgrana. Y no de cualquier manera, con dos goleadas y con dos remontadas. Sumando la friolera de 16 tantos a favor y 7 en contra, mostrando una superioridad aplastante sobre el eterno rival que pocas veces habíamos visto. Un póker de triunfos que realmente han dejado sin habla al aficionado merengue, que se ha quedado sin argumentos a la hora de intentar defender a los suyos. Ni el Barça de Guardiola, el mejor visto hasta hace muy poco, fue capaz de doblegar con tanta asiduidad al conjunto blanco. Otra obra divina de Flick.
Pero probablemente, el acto de mayor valía por parte del técnico germano este curso, haya sido devolverle la sonrisa a toda una afición. Una masa social que había perdido la alegría, a la que le costaba cada vez más presumir de unos colores, la cual esperaba con cierto escepticismo el devenir de esta temporada, como el que sabe que poco o nada va a cambiar a mejor. La misma que ahora vuelve a pasear por las calles del mundo con la camiseta del Barça, sacando pecho y besando el escudo, con la certeza de que el presente es brillante y la esperanza de que el futuro futbolístico, a nivel internacional, pueda ser azulgrana. Síganle rezando a Hansi, porque funciona. A falta de certificar la conquista de la Liga, los milagros de Flick han devuelto al FC Barcelona a lo más alto.