Aquello de “crecerse ante las adversidades” le va que ni pintado a este Barça. La Supercopa llegaba, sin duda, en el momento más convulso de la temporada para los de Flick, tras encadenar una nefasta racha de resultados en Liga y verse envuelto en el culebrón que provocó la no inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor para el segundo tramo de temporada. La cosa no pintaba bien, primero porque en semis tocaba bailar con la más fea, un Athletic que siempre te obliga a dar el 200% si quieres doblegarlo. Y segundo, porque en una hipotética final te las verías con un Real Madrid que poco o nada tenía que ver con el del Clásico del Bernabéu.
Pero a este equipo le va la marcha. Si de alguien no te puedes fiar es de este Barça, ni para bien ni para mal. Como si de una versión deportiva del Doctor Jekyll y Mister Hyde se tratara, el conjunto azulgrana puede mostrarte su mejor y su peor cara en un abrir y cerrar de ojos, capaz de golear a merengues y a todo un Bayern de Münich allá por el mes de octubre, para luego perder en casa ante Las Palmas y Leganés. Lo que está claro es que con el Madrid delante no hay lugar para malas tardes, algo tiene el escudo vikingo que saca lo mejor de los de Flick, lo vimos en el 0-4 en tierras madrileñas, y también el pasado domingo a más de 6.000 kilómetros de distancia.
Ahora mismo es evidente que el FC Barcelona se siente superior al conjunto blanco. Cuando tienes enfrente al campeón de Liga y Champions, reforzado con la llegada de Kylian Mbappé en verano, le creas dos ocasiones claras en apenas tres minutos de juego y al primer contragolpe se te ponen por delante, como mínimo deberían temblarte las piernas. Pues nada más lejos de la realidad. Al Barça de Flick no le temblaron ni las pestañas. Y esa seguridad sólo puede otorgártela saberte superior a tu rival. Los de Flick siguieron a lo suyo, impertérritos, seguros de tenerle la medida tomada a este Madrid, y de que solo era cuestión de tiempo volver a demostrarlo. Y vaya si lo hicieron.
La zaga culé, con un Koundé imperial y un Pau Cubarsí que sigue dejando boquiabiertos a propios y extraños, controló a la perfección a las balas de Ancelotti. En el centro del campo Pedri volvió a sentar cátedra con otra exhibición, acompañado por un Marc Casadó al que ya apodan como “pitbull” en el vestuario azulgrana, porque muerde en cada balón que disputa. Pero Gavi es sin duda quien se llevó el sobresaliente en la medular, un futbolista que muchos querrían en su equipo incluso a la pata coja, porque no conoce partido en el que no se haya dejado la vida sobre el verde. Y arriba el tridente volvió a ser el de las grandes noches. Con un Raphinha estelar, un Robert Lewandowski de nuevo en su mejor prime y un Lamine que se disfrazó de Messi en el 1 -1, para volver loco el resto de partido a un Mendy que ya no sabe donde meterse cuando tiene enfrente al de Rocafonda.
El Barça le endosó una manita al Real Madrid con un guardameta que hace tres meses estaba bebiendo caipirinhas y fumando en la playa, retirado de la élite (Szczęsny). Con dos juveniles de segundo año (Cubarsí y Lamine). Con un central reconvertido a lateral (Koundé). Con tres futbolistas sub 23 (Balde, Casadó y Pedri). Y con un centrocampista que, tras más de un año lesionado de gravedad, reapareció a finales de octubre para ir cogiendo ritmo de competición (Gavi). Es evidente que el equipo pudo más que las individualidades en Jedaah. A la temporada le queda mucha tela que cortar, pero está claro que esta Supercopa de Arabia no será fácil de olvidar, ni para los que vivieron el éxtasis más absoluto, ni para los que sufrieron una auténtica pesadilla.