Con el reciente 0 a 4 cosechado en el Santiago Bernabéu todavía muy vivo en la memoria del aficionado azulgrana, nos acercamos a una fecha de grato recuerdo para todo seguidor culé. El otoño puede ser una época del año ciertamente triste, incluso melancólica, con los días acortándose, las hojas de los árboles cubriendo el suelo y las temperaturas invitando a sacar el abrigo del armario. No obstante, hace ahora 14 años, el Camp Nou estaba a punto de vivir una noche muy alejada de las sensaciones que transmite dicha estación, el éxtasis y la pirotecnia futbolística se iban a apoderar de un coliseo barcelonista que fue testigo de toda una oda al deporte rey.
El Barça de Guardiola vivía su presente más glorioso. Tras una primera temporada en la que se logró un triplete antológico conquistando la Copa del Rey, la Liga y la Champions League, en el segundo curso con el de Santpedor en el banquillo se revalidó el título en el campeonato doméstico, para alzar también una Supercopa de España, una Supercopa de Europa y un Mundial de Clubes que conformaron el primer sextete de la historia ganado por un club de fútbol. En su tercera campaña, Pep seguía manteniendo al equipo enchufado a pesar de los halagos que recibía por parte del panorama futbolístico internacional, pero al otro lado del puente aéreo el eterno rival se había reforzado con la que se consideraba desde la capital como la criptonita capaz de debilitar el éxito del entrenador catalán; el conjunto merengue había firmado a José Mourinho como pilar de su nuevo proyecto.
La Liga arrancó como se esperaba. FC Barcelona y Real Madrid rápidamente abrieron brecha con el resto de rivales, alcanzando la jornada 13 con máxima igualdad en lo alto de la tabla. El Clásico que se disputaría en la Ciudad Condal enfrentaba a un cuadro blanco líder que aventajaba en un punto a su inmediato perseguidor, un Barça que de salir vencedor del choque volvería a la primera posición de la clasificación. Y como no podía ser de otra manera, el Camp Nou se vistió de gala para la ocasión, generando el ambiente de las noches mágicas vividas en el coliseo culé. Quedaba claro que un Barça - Madrid con Mourinho sentado en el banquillo rival no era un Clásico más.
El rondo infinito
Los que vaticinaron un encuentro igualado rápidamente vieron que su pronóstico iba a estar alejado de la realidad. El conjunto azulgrana se adueñó del balón desde el minuto 1, posesiones interminables, combinaciones a primer toque y diabluras de Leo Messi, que cada vez que entraba en contacto con el esférico era para dejar boquiabiertos a amigos y a enemigos. Aquel día la posesión al finalizar el choque fue de un 66% para los de Pep y un 34% para los de Xose, un fiel reflejo de la superioridad culé que se vivió sobre el césped.
No fue ninguna sorpresa que el marcador reflejara un 2 a 0 al descanso, con tantos de Xavi y de Pedro, ya que el fútbol y las ocasiones de gol las puso el Barça. Quizás pudimos pensar que el conjunto de Guardiola saldría más relajado en la segunda mitad, con un resultado favorable y una superioridad apabullante sobre el rival, pero aquella resultaba una buena ocasión para dejar marcado al bueno de Mou de por vida, obteniendo una posible goleada que le acompañara en todos y cada uno de los encuentros que dirigiría a partir de entonces.
Los goles siguieron cayendo en los segundos 45 minutos. Con el público culé entregado a la exhibición de los suyos Villa anotó un doblete que sentenció el partido. Y cuando la cosa parecía que quedaría en una simple goleada apareció Jeffrén para desatar la locura en el Camp Nou. El 5 a 0 cosechado en enero de 1994, con Cruyff en el banquillo, volvía a repetirse 15 años después con uno de sus mayores discípulos dirigiendo al FC Barcelona. La manita de Johan al Madrid tampoco fue un reto inalcanzable para Guardiola.
La “manita” de Piqué
Aquella noche diferentes imágenes quedaron para el recuerdo. Mourinho en la banda, con el semblante serio, siendo espectador de excepción de una de las goleadas más icónicas de los Barça - Madrid de las últimas décadas. Cristiano empujando a Guardiola, después de que este último le escondiera el balón como el cuadro barcelonista se lo escondió al conjunto merengue a lo largo de todo el encuentro. Y Ramos cazando a Messi en los minutos finales, viendo la roja tras la criminal entrada y con tiempo para agredir a Puyol y Xavi camino a los vestuarios, convirtiéndose en la viva imagen de la frustración y el mal perder.
Aunque sin duda alguna la imagen del partido fue la de Gerard Piqué, el máximo exponente del culé despreocupado y provocador, levantando la mano al cielo certificando la goleada al eterno rival, mostrando al mundo los cinco dedos. Siendo consciente de que aquella instantánea le acompañaría por siempre, para ser todavía más querido entre los suyos y más odiado, si es que eso era posible, entre los aficionados del eterno rival.
Una noche de otoño de 2010 dos estilos futbolísticos completamente opuestos se vieron las caras en el Camp Nou. El Barça de Guardiola le mostró al mundo de lo que era capaz, y a través de una exhibición de fútbol total ofrendó a los seguidores azulgranas uno de los mejores encuentros de su equipo en 125 años de historia. La perfección sí existe, y futbolísticamente hablando se alcanzó un 29 de noviembre en un Clásico que quedó para el recuerdo.